" Se te iba haciendo el cuello de sal y la sonrisa
de piedra, y eran páramos los campos
y la ciudad azufre, y habías vuelto el rostro
fuera del orden propio natural ( o invitada
por este mismo orden ) , olvidando la antigua
dulzura consabida, y supiste de pronto
que era aquel gesto tuyo quien prendía las llamas "
María Victoria Atencia.
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